Con tanta imagen e identificación con el cuerpo, nos vamos a convertir en maniquíes andantes obedientes ante las órdenes de las grandes marcas. Somos etiquetas que se quejan de ser etiquetados, ¡una contradicción perfecta!
Nos asusta el paso del tiempo, escondiendo avergonzados cualquier rastro de vejez. Somos adictos al consumismo, huyendo desesperadamente de nuestro vacío interior. Tenemos estrés, pero con la última zapatilla de marca puesta, eso sí.
¿Qué tal nuestra faceta de súper estrellas en las redes sociales? Parece que todo es perfecto detrás de una pantalla, pero afuera, somos meros cascarones vacíos. ¿Alguien se cuestiona algo por aquí? No, ¡y eso es parte del plan! Nos han convertido en marionetas, alimentando nuestras inseguridades para mantenernos bajo control.
Cuerpos censurados, retocados como esculturas de mármol, el cuerpo es ahora un Dios perfecto al que adorar. Hasta las presentadoras del tiempo son descartadas como trapo viejo si no cumplen con el molde de edad y peso ¡Qué panorama!
Ya es hora de despertar del sueño superficial y recuperar nuestra esencia. ¿Cuándo fue la última vez que te miraste al espejo (físico y mental) sin juzgarte? ¿Cuándo fue la última vez que valoraste personalidad más que el personaje, más que tu apariencia? Es hora de rebelarse, de dejar de bailar al son de los que nos manipulan. Valorar la conexión auténtica con los demás y la verdadera esencia personal.
Así que, a todos los maniquíes, es hora de bajarnos de ese escaparate y tomar las riendas de nuestras vidas. Libres de las cadenas del culto a la imagen.