Cuando uno vive en el personaje durante demasiado tiempo, la autenticidad de la persona se ve reprimida. Hemos sido adoctrinados para vivir en un mundo de apariencias, en ese fantasma ilusorio que creemos ser, lo cual nos convierte en títeres manipulables en manos ajenas. Meras cáscaras vacías, incapaces de eclosionar algo verdaderamente valioso, monos de feria que repiten los dictámenes de la moda y el pensamiento dominante. Nos convertimos en marionetas obsesionadas con la mirada del público, ignorando por completo los hilos del condicionamiento que nos manipulan.
Nos sentimos vacíos cuando nuestro personaje no obtiene lo que desea ni sabe quién es en realidad. Por eso, necesitamos desesperadamente identificarnos con algo o alguien, y nos encanta que ese algo o alguien acabe con cualquier atisbo de libertad o autoindagación. El temor más profundo del personaje es desvanecerse, enfrentarse a la cruda realidad, por lo cual necesita aferrarse a una identidad que lo sostenga y no hacerse demasiadas preguntas. El camino hacia la persona auténtica se encuentra en la búsqueda de la propia personalidad, y el sendero hacia la personalidad radica en cuestionar al personaje.
Más allá de la niebla de la apariencia, encontramos un camino sin dirección ni meta predefinida. Se trata de abrazar la vida tal como se presenta, de autoafirmarnos y continuar caminando sin preocuparnos por el caminante. En resumen, es hora de deleitarnos y gozar de una puñetera vez de la existencia, aceptando los momentos incómodos como parte de nuestro crecimiento… ¡Es momento de abrazar con fervor la maldita vida!
Para no seguir el rebaño tienes que ser tu propio pastor (Leonardo Resano)