Los girasoles tenían ya en la recámara un arsenal de pipas para ser disparadas. Dejé la bici junto a la carretera para hacer una foto y se me acercó un hombre, con medio siglo en cada ojo, que tenía cara de llamarse Don Hilario.
– No vas a Santiago -aseveró sin más ni más.
– Sí, sí que voy.
– No.
– Perdone, ¿Por qué dice que no voy a Santiago? Mire, tengo aquí sellados todos los lugares por los que ya he pasado. -le muestro un poco sorprendido.
– Eres muy joven todavía para entender a dónde vas.
– ¿Me puede explicar a que se refiere? -Insistí sorprendido.
Se dio media vuelta sin responder y le seguí con la mirada hasta que se fundió con el paisaje castellano acompañado por dos galgos, caminando entre girasoles.
Cogí de nuevo la bici y ese día me desvié de la ruta sin entender el por qué. Días después, cuando llegué a Santiago, tuve la sensación de que el viaje no era llegar allí. No es importante saber a dónde vas, para nada, lo que importa es ir, siempre ir…