Un pequeño barco perdido en altamar se adentró en las fauces de una terrible tormenta. El miedo tomó la nave al abordaje cuando las gigantes olas y el aullido del viento se abalanzaron sobre ella. El vaivén del barco hacía temer lo peor. Los marineros, esclavos del miedo, se aferraron a sus creencias y supersticiones, abandonando todas sus tareas para enfocar sus energías en buscar una solución.

Algunos comenzaron a rezar desesperados, mientras otros realizaban sus rituales para paralizar la tormenta y un par de ellos, simplemente lloraban acurrucados en un recodo del barco. Sin embargo, la tormenta no mostraba indicios de ceder. Se miraban unos a otros llenos de inquietud y empezaron a culparse mutuamente, ya sea por la elección del rumbo o por no haberse abastecido adecuadamente en tierra firme, encontrando excusas interminables para evadir responsabilidades. La tensión aumentaba, intercambiando acusaciones buscando culpables, pero la tormenta continuaba su furia despiadada.

En un último intento, uno de los marineros recordó que a veces funcionaba cambiar el enfoque y pensar o recitar frases o mantras positivos en voz alta para atraer suerte y disipar el miedo. Sin embargo, para su desesperación y sorpresa, la tormenta solo se intensificaba más con cada palabra optimista que pronunciaban.

Fue entonces cuando, en medio del caos y el terror, alguien se percató de algo asombroso a la vez que ridículo: ¡el timón del barco había sido abandonado! Mientras dedicaban todas sus energías a rezar, culparse y buscar soluciones milagrosas, habían dejado de lado, la herramienta principal para guiarlos y luchar contra la tempestad.

Se dieron cuenta de que, aunque la fe, la responsabilidad y las palabras positivas, podrían ser importantes para ellos, debían ir acompañadas de trabajo y tesón. Comprendieron que teniendo el timón de su propio destino y dirigiendo el rumbo, podrían superar o no la adversidad, pero seguro, que navegaban enfrentando mejor el miedo.

Cogiendo el timón y trabajando juntos una vez más, se enfrentaron a las implacables embestidas del mar enfurecido. Cada vaivén era un recordatorio de los esfuerzos necesarios que tenían que intentar para redirigir su destino. Cuando la tormenta amainó, entendieron que debían que mantenerse firmes en medio del temporal sin abandonar ni olvidar la valía que tenemos si no nos dejamos influir por el grupo, el caos y la adversidad. El pensamiento tiene el poder de dramatizarlo todo, pero nosotros manejamos el timón de la mente centrándonos en lo que toca, sea lo sea, pase lo que pase en este momento. No te olvides de tu fuerza y quién la dirige, no son los demás ni las circunstancias; conecta con la persona que eres, la que lleva el timón.