Por un lado, están los normales, que van por ahí normalizándolo todo. Hay que tener cuidado con ellos. Tan pronto justifican su complejo de inferioridad fingiendo normalidad en rebaño, como disimulan originalidad y rebeldía por reafirmarse. Suelen criticar a la élite a la que no dudarían ni un instante en pertenecer si pudieran.

Por otro lado, están los elitistas, que van de normales, pero vuelven de fantásticos como vampiros al amanecer. Se les conoce por sus investigaciones a los normales, por si estos han conseguido subir a la élite y ya no pueden compararse para diferenciarse de ellos.

Luego están los que van de sanos y formales. Comparten con los normales complejo de inferioridad, convirtiéndose en tipos aburridos que no se manchan la camisa ni con una gota de vino ni cualquier disfrute placentero que les descubra su frustración. Andan con el ceño fruncido con asiduidad.

Después están los raros; bueno, estos no están, pues el mundo giraría mejor. Si se juntan en pareja, destilan plena libertad, falta de convencionalismo y despiertan la envidia de los normales y elitistas que intentan desmentir esa libertad.

Por último, están los alternativos, que no son más que aspirantes a raros, algunos desde la élite y otros desde la más decadente normalidad.

Si te pasas la vida tratando de encajar, puede que al final lo logres y desaparezcas para siempre. Leonardo Resano (En este momento… Ediciones Eunate)