La gratitud… ¿acaso queda algún rastro de esa virtud en este decadente mundo? Desde temprana edad nos enseñan a decir «gracias» y «lo siento; meras palabras vacías, sombras que vagan por el aire sin ningún impacto real. Nos hemos convertido en maestros en el arte de fingir una gratitud que no sentimos.
La gratitud, va mucho más allá de etiquetas sociales. Es dirigir la atención hacia lo que poseemos en lugar de enfocarnos en lo que nos falta. Es un poderoso recordatorio de que estoy mejor de lo que pienso y creo. Imagina una planta tenaz, que rompe el cemento en busca de la luz. Así es la gratitud, un acto de realidad y conexión que une a los amigos y nos impulsa a actuar.
Nuestra atención se esfuma en la trampa de la permanente insatisfacción. Nos obsesionamos con lo que nos falta, con lo que podríamos haber sido y no somos. Mientras tanto, ignoramos la dicha que nos rodea, los pequeños tesoros que yacen a nuestro alrededor, esperando ser descubiertos. ¿Acaso hemos olvidado cómo mirar con verdadero asombro y agradecimiento?
La gratitud estrecha los lazos, pero en este desgastado mundo, las conexiones genuinas son escasas. Nos vemos convertidos en seres solitarios, encerrados en nuestras propias vidas, perdidos en la telaraña de nuestras codicias y desengaños.
En esta oscura realidad, la gratitud se desvanece como una luz que se apaga en la noche. Pero, en medio de estas realidades, podemos encontrar un destello de autenticidad, empezando por uno mismo. Apreciar los pequeños momentos de valor, las simples ilusiones de la amistad, familia y relaciones. Enfocar la atención a todo esto que tenemos delante de las narices; solo esto, nos daría un atisbo de esperanza en comprender lo afortunados que podríamos ser.