La maravillosa fauna de los seres humanos modernos, esos ejemplares que parecen haber nacido en un concurso de contradicciones y desvergüenzas. No, no es que estén haciendo algo mal, es solo que sus neuronas decidieron tomarse unas largas vacaciones en lugar de trabajar en equipo.

Primero tenemos al que aboga por la empatía unidireccional cuando la reclama en primera persona en exclusiva, como si fuera el centro del universo. Arroja sus cobardías en la cara de los demás, como si fueran pelotas en una cancha de tenis.

Luego están los progresistas, esos que se creen que progresan mientras avance su cuenta bancaria. Y los conservadores, esos que siguen las reglas divinas mientras esas mismas reglas les aumenten su capital financiero. Ambos bandos se creen tan únicos y especiales, como si el Gran Director del Circo no estuviera detrás de las cortinas, riendo a carcajadas.

¿Y qué hay del tipo que critica el consumismo mientras presume de su última adquisición? Claro, va con su moda de última tendencia, luciendo su propia imbecilidad como si fuera una maldita medalla al mérito.

Luego está el que escribe, como este que lo está haciendo ahora mismo, sobre todo esto y clama su buenismo por doquier y doquier es el lugar donde está el mismísimo infierno de la contradicción.

Y qué me dicen del defensor de la meritocracia que acepta enchufismos como si fueran caramelos; al fin y al cabo era para su hijo diréis, lo haríamos todos, como si la falta de ética fuera un regalo legítimo para las generaciones futuras.

No necesito seguir alargándome porque hablar de la hipocresía significaría duplicar una novela de Tolstoi. Así que resumo: el político que se hace el defensor de los trabajadores desde su torre de cristal, el activista anti-ricos que juega a la  primitiva aspirando lograr la mansión de sus sueños, el eco-luchador que lucha desde su todoterreno diésel. Por último, los que llaman tóxicos a los demás, pero no se miran en el espejo para ver la maldita realidad: que tal vez, solo tal vez, también son ellos los tóxicos. En este mundo trastornado, el miedo a verse al espejo es el deporte nacional.