Los ojos tristes de Charly sueñan a través de la ventana con aquellos tiempos de carreras entre amigos, de paseos desnudos por playas olvidadas y el vértigo del enamoramiento con encuentros que le encontraban.
Ahora viste ropas ridículas que tratan de ensalzarle, tiene tres personas a su cargo, todos le halagan y tratan como un rey, ni siquiera le dejan corretear por si se cansa. El psicólogo le ha diagnosticado crisis existencial, como si necesitara un título para saber que se está volviendo loco por alejarse de su verdadera naturaleza.
Charly escapa de casa, de su absurdo reino. Ladra con fuerza cuando ve por fin charcos y naturaleza; se siente libre, correteando desnudo, recuperando sensaciones, saltando peligros y recuperando el olfato de esa intensidad que sus inquilinos llamaban con peligro, están en celo.
El perro en la perrera se rasca las pulgas; el perro que caza no las siente.