He muerto muchas veces. Recuerdo cuando me inmolé nadando como los salmones. Era primavera y el amor se confundía con el sexo y el destino con las expectativas. Yo escapaba del instituto a la biblioteca a vivir otras historias, adicto a la imaginación y esquivo a lo “esperado” Es muy agotador seguir tu propio camino: Cuando uno nada como los salmones (pese a la opinión de la segura y establecida piscifactoría) al final mueres y ya no vuelves nunca más allí.
Otro momento que recuerdo, una vez renacido, es cuando descubrí mis mentiras ¡Qué gran acontecimiento! Era verano. En las calles había música, algunos daban la nota, medias rojas y negras, pantalones prietos, heavies, punkis, Show must go on…; tribus diferentes buscaban identidad y se confundía el sexo con el amor y la libertad con la apariencia. Antes de morir tuve que matar a la hipocresía de no creerme hipócrita y el apego al condicional.
Ya en otoño, lo importante de mi árbol eran las hojas y no la raíz, que le den a la superficie cuando hay todo un mundo de aves, nidos y viento… Europa se reinventaba, caían muros, se oía hablar de nueva era, morían los viejos conceptos mientras la sociedad se enganchaba inconsciente a los nuevos, esclavos de lo que venía… Había atardeceres en fábricas, sueños cumplidos, clases, comunicación. ¡Qué gran momento el otoño! Todo cae y se despoja; muere el personaje y cae la hoja.
Así llegué al invierno. Tengo un ahora, aliados, ningún padrino, pero veo que nado como los salmones… ¡Qué curioso! Debe ser que también llegará la primavera.