En un mundo donde las creencias e ideologías reinan las mentes, nosotros, los homo- sapiencillos, nos aferramos a ellas como si fueran escudos en un ataque de dudas. Izquierda, derecha, moda, seguidismo, sumisión… El miedo al vacío nos consume, y para evitar caer en el abismo del pensamiento libre (no vaya a ser que no dependamos de ningún líder, oh, terror de los terrores), preferimos agarrarnos a nuestras queridas máscaras ideológicas, actuando como si estuviéramos en un teatro decadente y macabro.
Qué cándida ilusión de individualidad. Nos creemos únicos, pero somos marionetas en manos de un programa preestablecido. Nos creemos diferentes, pero necesitamos la aprobación de la masa. Somos como monos repetitivos, incapaces de formar pensamientos originales, limitados a recitar las palabras que nos han inculcado. Es la tragedia de nuestra existencia: una farsa eterna donde nuestro yo auténtico se desvanece en la insignificancia y reina el “yo” manipulado, el farsante. Como dijo C. Jung “Todos nacemos originales y morimos copias”
¿Nos hemos preguntado alguna vez qué hay más allá de esta pantomima? Si nos atreviéramos a romper las cadenas de la conformidad, podríamos contemplar el espectáculo de nuestros pensamientos, siempre cambiantes, pidiendo atención. Porque, en lo más profundo de nuestro ser, hay algo que trasciende la identificación con grupos, familia, nacionalidades y títulos académicos. Puedo observar los pensamientos y la farsa, lo cual me dice que soy el que observa y no lo observado.
La búsqueda de esta libertad, de ese algo más profundo, nos sumerge en un océano de contradicciones. Abandonar las etiquetas y atrevernos a pensar por nosotros mismos es como enfrentarse al mismísimo caos. Pero, en medio de esa locura, cuestionando todo el programa mental inculcado y establecido, nos encontramos con la verdad del ser. Ese “yo” cambiante que puede observar pensamientos, se puede dar cuenta de su condicionamiento y descansar en una verdad más amplia y real. En la misma consciencia.
Así que, si estamos cansados de ser títeres en el teatro de la vida, si la repetición constante de las mismas consignas nos asfixia, es hora de rebelarse contra la hipocresía y la vulgaridad. Desafiemos lo establecido, cuestionemos lo que se da por sentado. Solo al liberarnos de las cadenas de la conformidad y abrazar el respeto y la diversidad del pensamiento, podremos encontrar la auténtica esencia de nuestra existencia. Si quieres hacer algo por el mundo, libérate; ayúdate si quieres ayudar, colabora.
Enfrentemos las contradicciones de la hipocresía y despertemos del letargo de la necesidad de aprobación, de la pesadilla de la conformidad, del secuestro de la creatividad.
El camino a la verdad no tiene santuarios, líderes, ideologías ni adeptos; ni si quiera tiene caminos. La verdad es uno mismo dándose cuenta de la trampa de creerse todo el condicionado pensamiento. La libertad es incondicionada y no se puede encerrar en ningún “yo” ni en ningún pensamiento.