En este vasto escenario, donde el águila no malgasta su tiempo evaluando su vuelo diario, se encuentra el reino animal, encabezado por el ser más peligroso que ha parido la madre naturaleza: el humano. Pero, ¿qué hace de nosotros una especie tan singular? La ignorancia de usar el pensamiento para levantar murallas en cada pedazo de tierra con la creencia de que nos pertenece y se puede hipotecar. La duda, la interpretación, esa maldita manía de analizar cada parpadeo del universo.

Observa al león, no es el más veloz ni el más ágil, pero es el rey. ¿Por qué? Porque cuando muerde… muerde, y cuando se lanza a la caza, lo hace sin pausas ni dudas. El león vive en el presente, sin ataduras del pasado ni ansiedades del futuro. Si tiene hambre no se queja. Caza. Y tú, humano, ¿por qué te empeñas en complicar lo sencillo?

Eres como si la llama temiera a la vela. ¿Por qué diablos no hacer brillar? ¿No ves que la fuente de tu inquietud reside en tu propia mente? Los pensamientos son las velas y tú la llama que las observa. Pero, reflexiona, cuando eres la espada, ya no hay filo que te corte. Deja de autolesionarte con tus propias dudas y marcha hacia lo que te pertenece.

No titubees, no te quedes atrapado en la red de excusas que tú mismo tejiste. Cruza esa puerta que te cerraste con tus propias manos. ¿Acaso no entiendes que el miedo que sentías era simplemente a la parte incómoda de la vida? El río tiene agua turbia desde que naciste. ¿Te asusta el agua siendo un pez?    La incomodidad es el precio a pagar por tocar la belleza que el mundo tiene para ofrecer.

Entonces, ¿estás dispuesto a pagar el precio? O seguirás ahogándote en un mar de excusas, renunciando a lo que realmente mereces.