Una cría de ruiseñor abre el pico y mueve su pequeña cabeza para recibir la comida de su madre. En lugar de su madre aparece un cernícalo que se zampa al pequeño ruiseñor. A pocos metros de ese elegante árbol (que será talado tarde o temprano) un cuco deposita su huevo en nido ajeno para que lo cuide otro hogar, sabedor, como cuco que es, de lo que cuesta criar un hijo. Mientras, una oveja que hacía sus labores de siega, es acechada por un viejo lobo; y es que más hace el lobo callando que el perro ladrando.

En la cabaña de al lado, Agustín, el pastor, va consumiéndose por el cáncer mientras su hija acaba de dar a luz a su nieto en la ciudad.

La vida no tiene ningún sentido ni valor alguno, sin embargo… ¡Ocurre! Y ya que la vida sucede, en lugar de buscarle un sentido, qué mejor que vivirla al día, es decir, dejando que ocurra y participando en su aventura. No hay nada bueno ni malo, sino cómodo e incómodo. En ambos casos no hace falta identificarse con el sufrimiento o el placer, simplemente darse cuenta que pasará y que quiero participar mientras pase, porque somos la vida misma fluyendo.